La vida no deja de sorprenderte y
de enseñarte cosas. A veces te gratifica con experiencias y no dejas de
preguntarte lo anti-cosmopolita y aldeano que uno puede llegar a ser y lo digo
en primera persona. Afortunadamente me enriquecí y no caí en la tentación a
primeras de cambio.
Era una fresca mañana de un día
laboral de septiembre. Me disponía con todos los derechos del mundo a disfrutar
de un buen saliente de guardia. Nueve y media de la mañana, bulevar de una cafetería
céntrica a rebosar con la suerte de encontrar una mesa vacía. Me siento y pido una
tostada integral crujiente y rellena de tomate con aceite de oliva. Mi salero
al lado y periódico regional en mano, disfrutando del paisaje urbano modernista
del casco antiguo de Cartagena.
Todo parecía perfecto, hasta la
prima de riesgo parecía estancada con anuncios de subidas del Ibex 35 y hasta
afloraban posibilidades de eludir un rescate financiero a España.
Así como si llegara de la nada se presenta en
frente mía una mujer de unos cuarenta años, oriental la mujer, juraría que de
la madre China. Con una sonrisa y en el idioma mandarín me dice algo así como “chu
chuan ye”, al tiempo que hacía maniobras con las manos para referirse a las dos
sillas que estaban en mi mesa y que estaban por supuesto vacías. Lo entendí a
la primera, o así lo parecía. Le dije cortésmente que por favor podía cogerlas
sin ningún problema. De repente algo no encajaba bien. La mujer permanecía
algunos segundos más de pie como si esperara algo o a alguien. Pasado un tiempo
discrecional, acude una amiga compatriota saludando con voz fuerte y efusiva.
En ese momento me quedo atónito cuando las chinas se disponen a sentarse y
compartir mesa y desayuno conmigo. Todos juntitos como hermanos de la misma
familia y la misma patria.
Mis reacciones cerebrales del hemisferio
derecho se activaron súbitamente y fueron las del sonrojo e irritación, máxime
cuando las chinas empezaron a entablar una conversación a velocidad de vértigo
con tono alto y estridente. Me puse nervioso. Hasta la camarera se sintió
incomoda cuando me disponía a servirme el café con leche, mirándome de forma
cómplice y de reojo. La china con amabilidad se dirigió a la camarera y le dijo
“un zumo de nalanja y una coca-coa”. Tardó en reaccionar mi cerebro izquierdo para
explorar la incómoda situación y encontrar una salida rápida y airosa. De
repente ocurrió un milagro: una mesa a mi izquierda se acababa de quedar vacía
y siento impulsos acelerados para levantarme y ocuparla en un plis plas y
probablemente las chinas ni se dieran cuenta, merced a la intensidad y la
emoción con la que conversaban.
Sin embargo un pálpito enérgico me
dio una contraorden, y por supuesto venía de mi hemisferio cerebral derecho.
Inspiré profundamente y pensé “coño, tampoco es para tanto, disfruta que ya
eres un hombre de mundo, leche, y a ver que aprendes de estas chinas”. En ese
momento me vinieron imágenes en salvas de películas del Vietnam de Chuck
Norris, o de Steven Seagal en Sanghai , con un millón de orientales en
arrozales y chozas de paja, o la de la mismísima “Ciudad de la Alegría” con
Patrick Swayze, compartiendo solidariamente nicho y mesa con un montón de hindús
hacinados en una casa de cinco metros cuadrados.
Fueron diez minutos con mis casi
contertulias. Cada vez hablaban más airadamente. Yo me dispuse a abrir
ampliamente las hojas del periódico aunque más bien leía poco. Solo me
embadurnaba de la experiencia y conforme pasaban los minutos me encontraba más
relajado. Hasta me entró una sonrisa de ver lo que pensarían mis paisanos al
ver a un blanco con dos amarillas en la misma mesa .
Pensé en lo habitual que sería
compartir mesa y mantel diferentes personas y familias en China sin pedirse
explicaciones. Cuestión de matemáticas me dije: ¿cuantos chinos hay por mesa y
por metro cuadrado en una cafetería?. Me di cuenta que al menos pude por minutos ser un chino más, un mero espectador, un hombre de mundo. Un turista accidental, tolerante,
respetuoso y solidario con mis afables chinas.
Se levantaron y le dijeron a la
camarera: “ pol favol , la cuenta”. La camarera no tardó ni un minuto en
ofrecerles sus servicios. Cuestión de camaradería con un paisano, me dije. De
repente me quedé solo y me traen la segunda tostada. Y enseguida me topo con la
cruda realidad al continuar leyendo el periódico: Artur Mas lidera el
sentimiento independentista de Cataluña y Sandro Rosell se erige como voz
popular del barcelonismo mas secesionista jamás contado.
Y yo que disfrutaba con las
chinas….