domingo, 23 de septiembre de 2012

DESAYUNANDO CON CHINAS










La vida no deja de sorprenderte y de enseñarte cosas. A veces te gratifica con experiencias y no dejas de preguntarte lo anti-cosmopolita y aldeano que uno puede llegar a ser y lo digo en primera persona. Afortunadamente me enriquecí y no caí en la tentación a primeras de cambio.

Era una fresca mañana de un día laboral de septiembre. Me disponía con todos los derechos del mundo a disfrutar de un buen saliente de guardia. Nueve y media de la mañana, bulevar de una cafetería céntrica a rebosar con la suerte de encontrar una mesa vacía. Me siento y pido una tostada integral crujiente y rellena de tomate con aceite de oliva. Mi salero al lado y periódico regional en mano, disfrutando del paisaje urbano modernista del casco antiguo de Cartagena.

Todo parecía perfecto, hasta la prima de riesgo parecía estancada con anuncios de subidas del Ibex 35 y hasta afloraban posibilidades de eludir un rescate financiero a España.

 Así como si llegara de la nada se presenta en frente mía una mujer de unos cuarenta años, oriental la mujer, juraría que de la madre China. Con una sonrisa y en el idioma mandarín me dice algo así como “chu chuan ye”, al tiempo que hacía maniobras con las manos para referirse a las dos sillas que estaban en mi mesa y que estaban por supuesto vacías. Lo entendí a la primera, o así lo parecía. Le dije cortésmente que por favor podía cogerlas sin ningún problema. De repente algo no encajaba bien. La mujer permanecía algunos segundos más de pie como si esperara algo o a alguien. Pasado un tiempo discrecional, acude una amiga compatriota saludando con voz fuerte y efusiva. En ese momento me quedo atónito cuando las chinas se disponen a sentarse y compartir mesa y desayuno conmigo. Todos juntitos como hermanos de la misma familia y la misma patria.

 Mis reacciones cerebrales del hemisferio derecho se activaron súbitamente y fueron las del sonrojo e irritación, máxime cuando las chinas empezaron a entablar una conversación a velocidad de vértigo con tono alto y estridente. Me puse nervioso. Hasta la camarera se sintió incomoda cuando me disponía a servirme el café con leche, mirándome de forma cómplice y de reojo. La china con amabilidad se dirigió a la camarera y le dijo “un zumo de nalanja y una coca-coa”. Tardó en reaccionar mi cerebro izquierdo para explorar la incómoda situación y encontrar una salida rápida y airosa. De repente ocurrió un milagro: una mesa a mi izquierda se acababa de quedar vacía y siento impulsos acelerados para levantarme y ocuparla en un plis plas y probablemente las chinas ni se dieran cuenta, merced a la intensidad y la emoción con la que conversaban.

Sin embargo un pálpito enérgico me dio una contraorden, y por supuesto venía de mi hemisferio cerebral derecho. Inspiré profundamente y pensé “coño, tampoco es para tanto, disfruta que ya eres un hombre de mundo, leche, y a ver que aprendes de estas chinas”. En ese momento me vinieron imágenes en salvas de películas del Vietnam de Chuck Norris, o de Steven Seagal en Sanghai , con un millón de orientales en arrozales y chozas de paja, o la de la mismísima “Ciudad de la Alegría” con Patrick Swayze, compartiendo solidariamente nicho y mesa con un montón de hindús hacinados en una casa de cinco metros cuadrados.

Fueron diez minutos con mis casi contertulias. Cada vez hablaban más airadamente. Yo me dispuse a abrir ampliamente las hojas del periódico aunque más bien leía poco. Solo me embadurnaba de la experiencia y conforme pasaban los minutos me encontraba más relajado. Hasta me entró una sonrisa de ver lo que pensarían mis paisanos al ver a un blanco con dos amarillas en la misma mesa .

Pensé en lo habitual que sería compartir mesa y mantel diferentes personas y familias en China sin pedirse explicaciones. Cuestión de matemáticas me dije: ¿cuantos chinos hay por mesa y por metro cuadrado en una cafetería?. Me di cuenta que al menos pude por minutos ser un chino más, un mero espectador, un hombre de mundo. Un turista accidental, tolerante, respetuoso y solidario con mis afables chinas.

Se levantaron y le dijeron a la camarera: “ pol favol , la cuenta”. La camarera no tardó ni un minuto en ofrecerles sus servicios. Cuestión de camaradería con un paisano, me dije. De repente me quedé solo y me traen la segunda tostada. Y enseguida me topo con la cruda realidad al continuar leyendo el periódico: Artur Mas lidera el sentimiento independentista de Cataluña y Sandro Rosell se erige como voz popular del barcelonismo mas secesionista jamás contado.

Y yo que disfrutaba con las chinas….