Existen y no son
solo ángeles custodios, sino de carne y hueso como usted o como yo, y en la
mayoría de los casos permanecen en el anonimato. Nos acordamos de ellos cuando
acontece un terrible acontecimiento y en el que por desgracia hay fallecidos.
Muchas de las personas que ahora viven lo hacen gracias a estas personas que
estuvieron en la hora y en el momento adecuado.
Los vemos cuando
acogen en sus casas a personas que lo han perdido todo tras peregrinar medio
mundo en calidad de refugiados de guerra; cuando asisten al herido y no corren
despavoridos llevados por el pánico en medio de un atentado terrorista o una
catástrofe natural; cuando te dispones a cruzar la carretera sin advertir que
un camión va a embestirte y aparecen de la nada tirando repentinamente de tu
chaqueta para salvarte de una muerte rápida y segura, y sin tiempo real para
poder agradecérselo como es debido.
No tienen
vistosas alas blancas en la espalda, pero sí una poderosa aura que los rodea.
La sonrisa no la pierden y se cruzan contigo para seguir rápidamente su rumbo. En
ocasiones acompañan al enfermo, los alimentan y cuidan de su familia, cuan buen
samaritano en momentos de gran infortunio. La gratuidad, el anonimato y la “gracia”
de hacer el bien a quienes así lo necesitan forma parte de su forma de entender
este endiablado mundo.
He visto algunos
ángeles en el medio en el cual trabajo. Solo con ver el testimonio que han dado
te quedas impávido y te dejan boquiabierto y paralizado por la admiración que
producen sus obras.
Es posible que
usted y yo no seamos lo que se dice precisamente buenos samaritanos, pero quién
sabe, lo mismo y en un momento dado aparecemos como ángeles terrenales en medio
de la desgracia ajena.