sábado, 18 de mayo de 2013

JOSÉ, EL FARAÓN Y LAS VACAS FLACAS




                             Serie la Biblia. Putifar y José (Ben Kingsley y Paul Mercurio)



Probablemente, una de las historias de las Sagradas Escrituras que más me han conmovido, emocionado y de la que quizás más haya aprendido es la de José, hijo de Jacob, y ancestro de la casa de David. Probablemente ustedes hayan leído y hasta visto películas sobre la historia de José, pero a lo mejor no han reparado en las analogías que esta historia tiene con nuestras vidas, con nuestra situación actual y nuestra realidad económica actual.

José era el undécimo hijo de Jacob, quién a su vez era hijo de Isaac y éste hijo de Abraham, primer patriarca del pueblo hebreo. Según los historiadores nos estamos remontando al año 1870 antes de Cristo. José era el hijo predilecto de Jacob, y primogénito de su mujer Raquel, la que más amaba de entre sus esposas y con la que tendría un segundo hijo llamado Benjamín. Sus hermanos le tenían envidia, pues además de ser el predilecto de Jacob, con frecuencia relataba sueños en el que el propio José sería entronado y a quién le rendirían pleitesía y vasallaje sus propios hermanos mayores. Llenos de cólera sus hermanos, tramaron matarlo en el desierto cuando tuvieran la oportunidad de llevar el ganado para pastorear. Así fue que estando juntos, lo tiraron a un pozo, pero removidos por la conciencia sus hermanos mayores Rubén y Judá frenaron la ira de sus otros hermanos menores y finalmente decidieron venderlo como esclavo a unos mercenarios que pasaban por el camino.

Al regreso a la aldea, tuvieron que mentir a su padre Jacob, diciendo que José fue devorado por las fieras al perderse por algún camino pedregoso, ofreciendo como prueba el manto que el propio Jacob regaló a José y que mostraron lleno de sangre que realmente era de una res que mataron. El dolor de Jacob fue tan intenso y tan insaciable que los propios hijos tuvieron el peso y el dolor de haber vendido a su hermano menor, de haber ofendido a Dios y de haber ultrajado y quitado a su padre Jacob lo que más amaba.

José fue vendido como esclavo a un afamado administrador del faraón llamado Putifar. Durante varios años se ganó la confianza del bueno de Putifar y debido a sus conocimientos, pues sabía leer y escribir, y sus habilidades para la administración, le dio toda la confianza y la gran responsabilidad de gobernar y administrar su casa durante su ausencia. José siguió fiel a los preceptos que su padre Jacob le enseñó y rezaba diariamente al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Durante esos años, todo lo que tocaba José florecía, las tierras, los beneficios, todo estaba en paz y en orden. Putifar vio en él un hombre fiel, de valores y no interfería en sus más arraigadas creencias, la de creer en un Dios único y misterioso. Le permitía rezar a su Dios, el Dios de Israel, pues sabía que ese Dios beneficiaba a su casa.

Pero todo cambió, pues en ausencia de su amo, la mujer de Putifar encaprichada del fornido y educado José, intentó seducirlo y llevarlo a su lecho. Éste, agarrado a sus más profundas creencias y a la fidelidad que prometió a su amo, rechazó la actitud lujuriosa de ella. La mujer de Putifar, ante el temor de que José pudiera relatar la infidelidad hacia su marido y lleno de cólera y orgullo, denunció públicamente que José intentó abusar de ella. Esto supondría la sentencia de muerte inmediata de José según las leyes de Egipto. Pero Putifar conocía a José y también a su esposa, y sabía que su fiel administrador nunca pecaría ante los ojos de su Dios, el Dios de Israel. Por ello, tomó la sabia decisión de enviarlo a la cárcel, salvaguardando así el honor de su perversa mujer y evitando así una muerte injusta.

Pasaron largos años de esclavitud, torturas y frecuentes vejaciones e insultos hacia José en la cárcel. Pero con el tiempo se hizo de la confianza del capitán de la guardia de la cárcel. Con el buen hacer de José y su arte en la administración, consiguió lo que nunca antes se hizo, esto es, que se mejorase la guarnición de los presos, con el menor coste posible, hizo rico al capitán y al administrador de la cárcel, y nunca antes el costo del mantenimiento de la cárcel fue tan barato para el faraón.

Pasó que ingresaron en la cárcel el copero y el panadero de la corte del faraón por sospecha de que uno de ellos fuera el que hubiera robado una copa de oro del mismísimo faraón. Tanto el copero como el panadero tuvieron sueños misteriosos, y dada la fama acuñada por José de interpretar los sueños, se fueron a él para que les dijera lo que significaban. Para el copero, José le vaticinó que en tres días estaría libre y el faraón le restituiría en su cargo de copero de la corte. Para el panadero, hombre de formas rudas y de carácter hostil, le vaticinó que en tres días sería decapitado y que los pájaros le comerían los ojos.

Todo se cumplió según lo vaticinado por José, pero una vez el copero volvió a su puesto de trabajo, se olvidó de las súplicas de José para que lo sacaran de la cárcel.

Transcurrieron dos años cuando el propio faraón fue constantemente perturbado por sueños que se repitieron en dos ocasiones. En ellos aparecían en la ribera del Nilo siete vacas gordas, preciosas que pastaban en la orilla del río, y tras las cuales, aparecían siete vacas flacas y feas que se tragaban a las vacas gordas, y pese a lo cual, seguían siendo flacas y feas. En el segundo de los sueños, veía como de una caña de trigo salían siete espigas doradas, grandes y hermosas, y detrás de ellas, brotaban siete espigas viejas y secas por el viento del desierto que se tragaban a las espigas gordas.

Ninguno de los adivinos y sabios de Egipto supo interpretar los sueños que inquietaban al faraón. El copero se acordó entonces de José y le dijo al faraón del don de José para interpretar los sueños. Fue éste llamado con urgencia por el faraón a la corte, y cuando le contó sus sueños José contestó: «Dios ha dado a conocer al faraón lo que va a hacer y en realidad se trata de un solo sueño. Las siete vacas y las siete espigas gordas representan siete años de abundancia y las sietes vacas flacas significan otros siete años. Las siete espigas secas y flacas representan siete años de hambre que harán que pasen desapercibidas y olvidadas los siete años de abundancia». Siguió hablando José: «la repetición del sueño dos veces significa que Dios tiene decretado firmemente que esto ocurrirá y en breve tiempo». «Mande a un hombre inteligente y sabio para administrar la riqueza en los años de bonanza, y mande funcionarios para asegurar el acopio y aprovisionamiento de una quinta parte de la cosecha de trigo y de alimentos cada año, para soportar el tiempo de sequía y hambre que asolará la tierra durante los siguiente siete años».

Tal fue el asombro al oír las sabias palabras de José, que el faraón lo nombró gobernador de su casa, le dio su propio anillo y solo habría una autoridad superior a él que sería el propio faraón. Lo llamó Zafnat Paneaj, que significa «Dios habló y él vino a la vida».

De esa manera Egipto superó la hambruna que azotó a esa tierra y a otras tierras cercanas, incluida la de su padre y sus hermanos que habitaban en Canaán.

La historia de José no concluye aquí, pues la lección más emotiva culmina con el reencuentro fortuito con sus hermanos, que fueron enviados por su padre Jacob a Egipto para comprar trigo durante los años de sequía y hambruna. Pudo observar como con el paso del tiempo sus hermanos no le reconocieron al tiempo que recordaba perturbado cómo fue vendido y traicionado por la envidia, y como después de luchas internas en su corazón, finalmente venció el perdón, la misericordia y la generosidad tras someterlos a prueba con la detención del hermano menor Benjamín, que era el más deseado por Jacob, después de José. Pudo comprobar como los corazones de sus hermanos mayores estaban arrepentidos del mal que hicieron con él mismo y que estarían dispuestos a morir solo de ver perder a Benjamín, el hermano menor de los doce, por no herir el alma torturada de su padre Jacob, tras la pérdida de José.

Este hermoso relato del Antiguo Testamento, del Génesis, retrata muchos aspectos humanos, quizás la vida misma entera, con sus vanaglorias y sus miserias, con la humillación y el encumbramiento del hombre, con los pecados del corazón y con el don del perdón y la misericordia.

Pero también podemos rescatar esta historia para aprender, si podemos, de los ciclos económicos que siempre han asolado al mundo, desde que el mundo es mundo. Debemos comprender que existen los ciclos de bonanza, de hermosura, de felicidad y ciclos de tribulación, de necesidad, de hambruna, de injusticia, de pesadumbre.

Pensemos pues que nos ha pasado. Por qué estamos viviendo este ciclo de necesidad, de ajuste, de crisis mantenida. Meditemos en los abusos cometidos, en el desparrame, el descaro, la opulencia, la mala administración, la falta de responsabilidad, la corrupción, el enchufismo, el engaño, la avaricia, la falta de valores y un sinfin de calificativos en los siete años de la burbuja inmobiliaria y del dislate del poder financiero. Pensemos también que estamos en el epicentro de un periodo de sequía y necesidad, y que probablemente nos queden otros tantos años de penumbras, paro, reajuste y miseria. Adivinen ustedes el año en que terminará este ciclo para pasar a uno de meseta o de estabilización.

Aprendamos pues, ya que no hemos tenido la suerte con contar con la sabiduría y la inteligencia de un Zafnat Paneaj en la administración pública, en los poderes que nos gobernaron, en la banca que nos extorsionó, en los políticos de baja alcurnia que nos embaucó.

Quizás como ciudadanos de a pie debamos aprender y recuperar la cultura y la sabiduría que nos legaron nuestros ancestros para prevenir o mitigar al menos estas calamidades.

Por eso cuidado con las épocas de las vacas gordas, ya que detrás podrán surgir las vacas flacas que las devoren. De momento solo nos queda luchar, aguantar y salir de esta sequía con paciencia, con generosidad, con humildad, con coraje. Quién sabe.




sábado, 4 de mayo de 2013

MÉDICOS DE HOJALATA





Es de estas tardes primaverales en las que te apetece pasear y dejarte llevar por el buen ambiente festivo de unas Cruces de Mayo que no parecen entender de crisis ni de depresión moral o laboral. Es de las tardes en las que sonríes y hasta todo parece seguir un equilibrio, un orden y con la mar serena. Una tregua quizás. Al fondo de la calle grupos rocieros bajo el paraguas de una telona de una caseta de un bar de Cartagena bien adornada con los elementos folclóricos típicos de Andalucía y una hermosa Cruz de Mayo envuelta en un mosaico de flores con colores dispuestos de forma nada azarosa y con aires primaverales.

Camino con mi hermano y a los veinte metros me topo con tres antiguos compañeros de mi época de residencia en el Hospital del Rosell, con los que no coincidía en los últimos diez años. Dos de ellos se casaron y se mudaron en 2000 hacia tierras cercanas de Almería-su tierra- una vez finalizados su periplo de formación en Medicina de Familia. El otro, malagueño de origen, seguía trabajando en Cartagena.

Nos saludamos y nos percatamos de que teníamos más arrugas en la frente y en los ojos, y que como malditas huellas infalibles e imborrables, hablaban por si mismas del buen trecho temporal que había trascurrido entre nosotros.

Recordábamos, como no podía ser de otra forma, los buenos tiempos transcurridos en el Rosell, como los viejos camaradas que se apostan en un bareto hablando de batallas sin gloria y de puertos lejanos con numerosos entresijos y aventuras inolvidables. Sonreíamos y rememorábamos al mismo tiempo las miserias del hospital y su familiaridad, y dimos un repaso a los adjuntos de medicina interna e infecciosas con los que rotamos. 

Y nos volvimos a mirar, esta vez para darnos cuenta de que el tiempo había pasado rápido y que cuanto más viejo eres, este alcanza una velocidad de vértigo. Yo entonces era médico residente de tercer año de Medicina Interna y ellos de primer año en Medicina de Familia. Y terminamos juntos nuestra especialidad hacía trece años, como si nada.

-¿Y vosotros que tal por allí, en Almería?-. Les pregunté.

De repente unos segundos de silencio.

-Mal, supongo que te habrás enterado de la precariedad de contratos en Andalucía, y lo del 75% de jornada laboral, es decir, pasar consulta de 9-14.00 horas, de lunes a viernes y por el 75% del sueldo de lo que gana un adjunto con plaza en propiedad.

-Ya me enteré por un compañero de Jaén, vaya movida-, les dije.

-Estuvimos a punto de regresar a Murcia, dado que pensábamos que nos íbamos al paro-. Respondió ella.

El malagueño miró de reojo pero no sorprendido, pues es una noticia extendida lo de los más de seis mil médicos en Andalucía con contratos basura. Y renovando cada pocos meses en el mejor de los casos.

Yo por mi parte rendí cuentas de nuestra frustrante situación en Murcia, en la que por suerte, quizás efímera, no hemos llegado a los niveles de lamentación de Andalucía ni a la decapitación forzosa de cuatrocientos interinos en la vecina Castilla La Mancha, pero sí a la indigente e ilegítima inseguridad laboral de firmitas cada mes, tres y seis meses y al cerco progresivo de esta maldita crisis que acecha sobre el personal sanitario. Y cada vez más.

El malagueño se podía dar con un canto en los dientes pues tenía un papel en casa que atestiguaba que era personal estatutario en «expectativa de destino», tras la chapuza OPE de Medicina de Familia en la Región de Murcia que ha tardado casi cuatro años en resolverse.

-Mientras tanto, sobrevivo en una pedanía en Cartagena con la posibilidad de que la guillotina bien preparada y bien colocada pueda dejar soltar la hoja bien afilada para hacer rodar mi cabeza y me vaya al paro-. Contestó serenamente mi colega de Málaga.

Al poco, decidimos cambiar de tercio, como si nos transportáramos nuevamente a finales de los noventa a través de la maquinita del tiempo y seguíamos hablando de lo «tontarrias» que éramos antes y de las aventuras Rosellianas en las rotaciones y en las guardias de urgencias.

Después y tras suspirar un poco, acabó nuestra breve tertulia con unas miradas cómplices de ver pasar el tiempo y un saludo de despedida con los mejores deseos. Quizá ya no nos veamos, pensé.

En esos momentos caló en mí, durante unos segundos al menos, la sensación de impotencia, de fatiga, de calamidad, de mala suerte, de injusticia, de pérdida de derechos.

Y me dije a mi mismo «he aquí, los médicos de hojalata y de los papeles mojados, y yo atrapado en esta farfulla, como ellos, como muchos miles».

Pero seguí caminando, como si nada. Sonreía. Era primavera. Y la música sevillana se oía por doquier en cada esquina del casco histórico de Cartagena.

Hoy hay Cruces de Mayo y mañana Dios dirá…..