Pudiera parecer que se trata de
otra entrega del famoso best seller de Stieg Larsson, pero no. Se trata de una
triste realidad que deja detrás de sí a un gran número de víctimas. Y no me
refiero a hombres perseguidos por la justicia por sus villanías, sus maltratos
físicos o sus crímenes tan detestables por la sociedad. No. Quisiera dedicar
estos renglones a una realidad enmascarada por la hipocresía de una sociedad
que encumbra a una serie de hombres de indudable valía profesional pero que en
realidad son auténticos destructores de todo aquello que tocan o rodean.
Son hombres que hacen un denodado
esfuerzo por aparentar lo que no son. Son hombres que bajo la fachada de su
estatus social y profesional, disimulan todo lo que pueden para que nadie
intuya que son unos fiascos en aquello que más detestan: amar a sus mujeres.
Esta clase de hombres tienen características
comunes, son fríos, despóticos, tienen alergia al roce y no saben lo que es una
palabra de cariño, no saben lo que es un abrazo sincero, son incapaces de tener
empatía con sus parejas y sus problemas, extrañan a sus hijos y no deja de ser
para ellos la familia una coreografía casual y accidental de elementos que
adornan sus miserables vidas. Dejan un lastre de víctimas sentimentales a las
que han manipulado por puro egoísmo, y no tienen sentimientos de culpabilidad.
Son ásperos, dejan escasas muecas
de alegría ante los pequeños logros de sus parejas o sus hijos, no saben lo que
es estar al lado de los suyos en los momentos difíciles.
Esta casta de miserables se
escuda en el trabajo, en las largas e interminables reuniones de trabajo con
tal de evitar regresar al hogar y abrazar a sus mujeres. No han ido nunca al
colegio para ver crecer a sus niños, no les han leído un cuento, no se han
sentado nunca en un pupitre para ayudar a resolver sus dudas.
Pero por encima de todo son unos cobardes.
Nunca quisieron ni amaron, ni nunca tuvieron el valor de sincerarse a sus
mujeres para aclararles que son unos autómatas sin sentimientos. Esta clase de personajes nunca debieron casarse ni juntarse con sus compañeras de viajes. Son
mentirosos, rácanos y altivos. Engañan y esconden sus más terribles miserias.
Son auténticos torturadores, pues sacan a relucir los defectos de sus parejas
para aplastarlas cada día más. Sus inquinas van cobrando cuerpo con el tiempo y
cuando ellas se han dado cuenta, se sienten amordazadas, desencajadas,
paralizadas y muchas veces atemorizadas.
Lo peor de todo son las graves
consecuencias, sus víctimas, que se convierten en rehenes de un amor comprado,
de una mentira encubierta durante años, y dueñas de una familia rota con
fracturas de difícil recomposición.
Estos torturadores y
maltratadores del amor fraternal y familiar se van casi siempre inmáculos y
están preparados para seguir con sus fechorías, aunque ellos a veces no sean
conscientes de ello.
Permítanme homenajear a esas
mujeres que han logrado salir del falso mundo en el que estuvieron retenidas durante
largo tiempo para poder encauzar con dignidad sus vidas con la ayuda de sus
seres queridos.
Porque ellas sí son valientes, aunque no se lo
crean del todo, y son más fuertes de lo que piensan, pues han sido sometidas a
la prueba más dura, que sin duda alguna ha sido la de convivir con alguien que
no te ha querido nunca y al mismo tiempo tener entereza y dignidad para poder salir
de ese enfermizo círculo destructivo.