sábado, 9 de febrero de 2013

AQUELLOS HOMBRES QUE NO AMABAN A SUS MUJERES





Pudiera parecer que se trata de otra entrega del famoso best seller de Stieg Larsson, pero no. Se trata de una triste realidad que deja detrás de sí a un gran número de víctimas. Y no me refiero a hombres perseguidos por la justicia por sus villanías, sus maltratos físicos o sus crímenes tan detestables por la sociedad. No. Quisiera dedicar estos renglones a una realidad enmascarada por la hipocresía de una sociedad que encumbra a una serie de hombres de indudable valía profesional pero que en realidad son auténticos destructores de todo aquello que tocan o rodean.

Son hombres que hacen un denodado esfuerzo por aparentar lo que no son. Son hombres que bajo la fachada de su estatus social y profesional, disimulan todo lo que pueden para que nadie intuya que son unos fiascos en aquello que más detestan: amar a sus mujeres.

Esta clase de hombres tienen características comunes, son fríos, despóticos, tienen alergia al roce y no saben lo que es una palabra de cariño, no saben lo que es un abrazo sincero, son incapaces de tener empatía con sus parejas y sus problemas, extrañan a sus hijos y no deja de ser para ellos la familia una coreografía casual y accidental de elementos que adornan sus miserables vidas. Dejan un lastre de víctimas sentimentales a las que han manipulado por puro egoísmo, y no tienen sentimientos de culpabilidad.

Son ásperos, dejan escasas muecas de alegría ante los pequeños logros de sus parejas o sus hijos, no saben lo que es estar al lado de los suyos en los momentos difíciles.

Esta casta de miserables se escuda en el trabajo, en las largas e interminables reuniones de trabajo con tal de evitar regresar al hogar y abrazar a sus mujeres. No han ido nunca al colegio para ver crecer a sus niños, no les han leído un cuento, no se han sentado nunca en un pupitre para ayudar a resolver sus dudas.

Pero por encima de todo son unos cobardes. Nunca quisieron ni amaron, ni nunca tuvieron el valor de sincerarse a sus mujeres para aclararles que son unos autómatas sin sentimientos. Esta clase de personajes nunca debieron casarse ni juntarse con sus compañeras de viajes. Son mentirosos, rácanos y altivos. Engañan y esconden sus más terribles miserias. Son auténticos torturadores, pues sacan a relucir los defectos de sus parejas para aplastarlas cada día más. Sus inquinas van cobrando cuerpo con el tiempo y cuando ellas se han dado cuenta, se sienten amordazadas, desencajadas, paralizadas y muchas veces atemorizadas.

Lo peor de todo son las graves consecuencias, sus víctimas, que se convierten en rehenes de un amor comprado, de una mentira encubierta durante años, y dueñas de una familia rota con fracturas de difícil recomposición.

Estos torturadores y maltratadores del amor fraternal y familiar se van casi siempre inmáculos y están preparados para seguir con sus fechorías, aunque ellos a veces no sean conscientes de ello.

Permítanme homenajear a esas mujeres que han logrado salir del falso mundo en el que estuvieron retenidas durante largo tiempo para poder encauzar con dignidad sus vidas con la ayuda de sus seres queridos.

 Porque ellas sí son valientes, aunque no se lo crean del todo, y son más fuertes de lo que piensan, pues han sido sometidas a la prueba más dura, que sin duda alguna ha sido la de convivir con alguien que no te ha querido nunca y al mismo tiempo tener entereza y dignidad para poder salir de ese enfermizo círculo destructivo.




sábado, 2 de febrero de 2013

CUANDO SE PIERDE LA «LEGITIMIDAD»




Todos nosotros en nuestras vidas nos hemos tropezado con la frustración de sentirnos desengañados, sobre todo cuando habíamos depositado nuestra confianza ciega y fiel en un amigo, en un familiar, en un compañero de trabajo o en un gobernante del que nos llamó la atención el aura de competencia y de valores existenciales que los acompañaban.

 Y qué difícil es en la práctica cotidiana restablecer esa confianza pérdida y esa credibilidad truncada por aspectos inéditos que no esperábamos en ellos cuando se abrió el contenedor de la basura.

Tanto usted como yo, estamos siendo testigos del curso de nuestra crisis, la española, que no es solo debida a un problema de deuda económica pública y privada y un montón de miles de millones de euros malversados y dilapidados por sinvergüenzas, ineptos e incompetentes, sino además, es atribuible a un conjunto de pérdida gradual de valores esenciales que en el transcurso de varios años y décadas han propiciado la corruptela bananera y de baja alcurnia, la cual, ha degenerado en una corrupción de gran escala que ha salpicado a todos los estamentos del Estado y de la gestión privada de grandes empresas con claros intereses espurios y en connivencia con las autoridades de las administraciones estatales para sacar rédito o beneficio.

¿Y qué hay de la legalidad?. Por supuesto es necesario implorar a la legalidad y su cumplimiento para tener unas reglas de juego que imponga el espíritu de orden, y veracidad. El mismísimo Platón decía: "..donde la ley está sometida a los gobernantes y privada de autoridad, veo cercana la ruina de la ciudad; donde, por el contrario, la ley es señora de los gobernantes, y los gobernantes sus esclavos, veo la salvación de la ciudad y la acumulación en ella de todos los bienes que los dioses acostumbran dar a las ciudades".

Pero no basta con escudarse y ampararse en la «legalidad» de los delitos que prescriben o del principio de inocencia de presuntos corruptos o de utilizar parapetos y piruetas legalistas para sortear un sinfín de evidencias de corrupción parapetadas en una falta de transparencia insultante, propia de una oligarquía de poder empecinada en taparse unos a otros los trapos sucios, para asegurarse a perpetuidad, prebendas y privilegios injustificables e inmorales para con la ciudadanía, esto es, jubilaciones millonarias blindadas, sueldos, sobresueldos, dietas injustificadas, privilegios en las cotizaciones a la seguridad social y un largo etc, que antes o después produce un hedor tan insoportable que agrietan y corroen esos pilares fundamentales de nuestro Estado.

No, no basta con ostentar un cuerpo de legalidad debido a la existencia de una práctica continua de una política torticera que es capaz de degradar la ley y convertirla en detritos.

¿Entonces de que carecemos?, pues muy sencillo, de Legitimidad de nuestros líderes, nuestros jefes o responsables más directos en una empresa u organización. Esto en política conlleva consecuencias más graves y perniciosas para el ciudadano. Las sociedades que avanzan y prosperan se apoyan en la «legitimidad» del que tiene la capacidad de gobernar con buen uso y generar sentimientos de identificación y de representación ciudadana. Así, si colocamos a un inepto o a un corrupto para gobernarnos, solo conseguiremos dos cosas, generar más corruptos para mantener el poder y una maquinaria espesa que impide el crecimiento, la participación y la prosperidad del colectivo ciudadano al que se suponen representa.

Verá usted que la legitimidad no solo se ampara en la legalidad. Su significado desde un punto de vista más sociológico y subjetivo requiere de la validez contrastada del gobernante o del líder que desde «abajo» se ha ganado la confianza para ejercer y aplicar la ley.

La legitimidad por tanto no se hereda ni se nace con ella. Se gana, se percibe y se sustenta en el ejemplo, la disciplina, el trabajo y las cualidades innatas y adquiridas del ejercitante del poder. Genera la legitimidad confianza entre el gobernante o el «Jefe» y sus ciudadanos o súbditos en base a los atributos que el legitimado tiene y que no son discutidos, pues tiene, ostenta y goza de autoridad legal y moral.

Cuando nosotros retiramos gradualmente la confianza a un jefe o a un líder, por mala praxis continuada, por el mal uso o abuso del poder, por el descrédito de la corruptela pausada y perseverante, o simplemente por su incompetencia, se produce la pérdida de la legitimidad, o lo que es lo mismo, el pacto necesario entre gobernante y gobernados o del jefe con sus súbditos, lo que lleva a la caída progresiva del sistema, o en el caso de una empresa, a la apatía, insurrección, o simplemente pasividad y desmotivación.

Necesitamos pues, de hombres ejemplares que amparados en la legalidad luzcan su legitimidad, su ejemplaridad y su arraigo a los valores más nobles y altruistas. Estamos a tiempo. No perdamos la esperanza. No sucumbamos a esta caída del sistema, sino todo lo contrario, sirva esta crisis moral de ejemplo de lo que no anhelamos para que nuestros hijos y las futuras generaciones tengan un futuro más prometedor.

Tengamos pues, tolerancia cero con los ineptos, los corruptos y los deslegitimados por su conducta.