El pasado nueve de noviembre del
presente año, se ha despedido de nosotros el Dr José Albaladejo Méndez «Pepe»,
Jefe del Servicio de Medicina Interna, por jubilación. Pero se ha ido algo más
que un excelente profesional. Se ha ido un médico humanista, un médico con
principios, valores y transmisor de un conjunto impagable de conocimientos que
constituyen un magnífico legado para los que nos quedamos y las sucesivas generaciones.
Mi tributo a Pepe-como expondré
en estas líneas- no se extenderá en una longitud de elogios y anécdotas, pues
corresponden a otros, sus colegas y amigos generacionales y a mis compañeros de
medicina interna que estuvieron directamente bajo sus órdenes, los que tendrán
que hacer alarde de ellos.
Ni mi familia, ni mi abuela
Concha, la paciente de la 509-1, aquejada de un mieloma que durante un largo año
(1973-1974) fue tratada y seguida por las buenas artes de un joven y brillante
médico internista que aterrizaba por aquel entonces en el Hospital Santa María
del Rosell, podrán olvidar tus destellos de humanidad, de capacidad de estudio
y de sufrimiento a pie de cama de una mujer joven -50 años-, destinada a morir
con la dignidad del dolor y el sufrimiento, pero bien acompañada y asistida por
tu presencia y tus artes.
Desde bien joven querido Pepe,
quise ser médico, quizá alentado por mi tío José Juan, médico militar y una
sensación interna de vocación que me invadía de forma silente desde los 6-7
años de edad. Cuando ya rondaba los 12 años, mi padre al observar mis
motivaciones, me fue inculcando los valores del buen médico, de la necesidad de
estudio para diagnosticar una enfermedad y de la necesaria humanidad para
soportar el sufrimiento y las dolencias incurables de los enfermos. Fue
entonces cuando tu nombre apareció en el guión de mi vida como ejemplo del Buen
Médico, a colación de la experiencia vital que sufrieron mis padres. Realmente
me prendiste sin tu saberlo.
En 1998, se cumplieron mis sueños
y tras la elección de la plaza de medicina interna en un hemiciclo del
Ministerio de Sanidad en Madrid, lo primero que hice fue llamar desde una
cabina telefónica a mi familia y a mis más allegados para espetar con alegría “voy
a hacer medicina interna en el Rosell con Pepe Albaladejo”.
Por los caprichos del destino, no
pude rotar ni un solo minuto contigo en mis ahora quince años de profesión.
Paradojas de la misma vida, me digo yo. Eran quizás otros tiempos, donde uno no
tenía capacidad de elegir, solo la de obedecer y seguir el rumbo de la vida
médica junto a otro equipo de magníficas personas e internistas con las que me
he formado y aprendido. Sin embargo, de forma paralela o tangencial he
intentado empaparme de tu sabiduría, de tus lecciones, de tus alocuciones
serenas, de tus reflexiones, de tus conferencias de la medicina donde
incesantemente debemos ir a lo más básico y a lo esencial, como la vida misma.
En mi etapa del Rosell, pude
saber más de ti por las buenas historias que otro «Magnífico»
como el Dr. Manuel Roig, antes de jubilarse, me relataba, como el abuelo que
contaba historietas a su nieto. Otros «Magníficos», como el difunto Dr. Manuel
Herrero, el Dr Fernando Pignatelli, la Dra. Pilar Berlinches o nuestro anterior
y querido Jefe de Servicio el Dr.Vicente Herrero, dieron testimonio vital de
esa excelsa y trabajadora generación de médicos que con pocos medios hicieron
mucho por la medicina en Cartagena. Y pude ser testigo y dar fe de ello.
Ha sido en estos dos últimos años
cuando mi convivencia contigo ha sido más cercana, y durante los cuales, aún se
han hecho para mí más clarividentes esos principios que te acompañaron siempre.
Han sido en este periodo duro, la del traslado gradual del Servicio de medicina
Interna del hospital Santa María del Rosell al Hospital Santa Lucía, donde has
tenido que gestionar con inteligencia a un grupo de personas de distinto signo,
ideario y método para conducirlo hacia un grupo cohesionado y unido con el
máximo respeto a las distintas sensibilidades y las capacitaciones médicas que
la misma vida nos ha ofrecido.
No ha sido fácil en tan poco
tiempo, pero lo has logrado. No te han permitido completar la gestión de nuevos
proyectos, pero si has dejado los cimientos y las bases para que otros recojan
el testigo y sigan ese camino.
Me quedo con el asombro de tus
principios inviolables que llevas consigo en tu maletín de la vida. Preciso, inteligente,
honrado, estricto cumplidor del deber, infatigable luchador de los derechos de
los médicos internistas más vulnerables -en términos laborales-, metódico hasta
la saciedad, sereno, reflexivo, humilde, escuchador más que orador, consejero
en las dudas, y sintonizador con los problemas diarios del servicio.
No es fácil despedirse a
contratiempo, con el agua a contracorriente, con el silencio especulativo de
los poderes fácticos, con el infortunio de toparte de la noche a la mañana con normas
que se crean para producir desigualdades caprichosas entre médicos a criterio
nada azaroso del legislador. Pero te honra el que nunca desearas el que se
cumpliera contigo dicha excepción, para no herir o sepultar el prestigio
profesional de otros compañeros cercanos a ti, recientemente jubilados de forma
aún más deleznable.
Has luchado y te has sentido en
muchas ocasiones en la vida como Gary Cooper en «Sólo ante el Peligro»,
pero en esta ocasión te hemos acompañado, no te hemos dejado sólo, y tú lo
sabes. Sí podrás decir que como el general George Custer, interpretado por el célebre e inolvidable Errol
Flynn en «Murieron con las botas puestas», que defendiste la plaza con el honor
y el mérito al servicio de la medicina interna durante casi 40 años, y sin
querer pedir a cambio medallas, insignias o condecoraciones, pues ya las tienes
de todos los colores y las llevas impresas en tu alma inmácula de internista.
Con Pepe, se nos despide toda una
generación de médicos que dieron lo mejor de sí, que nos enseñaron los
principios inviolables de la lealtad, el honor, la honradez y el compañerismo.
Debes de sentirte satisfecho de salir de tu vida profesional pública con la
cabeza bien alta, con el trabajo bien hecho. Eres el último de los «7
Magníficos»
o para los más jóvenes que no conocieron a tales personalidades ilustres del
Rosell, sería algo así como el «último mohicano», el último de tu generación,
de tu especie.
Sí Pepe, dejas un gran legado
moral, científico y profesional, pero sé que lo que realmente te preocupa no
son tus méritos o tus logros, sino el futuro más inmediato, el de la cohesión
del grupo, el de mantenerse unidos sin crispaciones, sin deslealtades, con
sentido del respeto a las distintas sensibilidades con independencia de la
persona que releve tu cargo.
No te preocupes Pepe, haremos lo
posible para que entre todos se cumpla tu último deseo.
Sí pedirte una cosa, que esto no
sea un adiós definitivo, sino un «hasta pronto». No será nada fácil pedir que
vengas a visitarnos, pero tenemos una excusa de peso, además de la obvia
familiar, y es la de seguir renovando el curso obligatorio por la que todo
médico residente debe pasar en su periodo formativo y que espero lleve por
título«
I Curso José Albabalejo Méndez, volviendo a lo Básico».
Un abrazo Pepe, y gracias por
todo.
Francisco Jesús Vera Méndez
En Cartagena a 11 de noviembre de
2012