domingo, 11 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO DE LOS 7 MAGNÍFICOS (Homenaje personal al Dr José Albaladejo Méndez)






El pasado nueve de noviembre del presente año, se ha despedido de nosotros el Dr José Albaladejo Méndez «Pepe», Jefe del Servicio de Medicina Interna, por jubilación. Pero se ha ido algo más que un excelente profesional. Se ha ido un médico humanista, un médico con principios, valores y transmisor de un conjunto impagable de conocimientos que constituyen un magnífico legado para los que nos quedamos y las sucesivas generaciones.

Mi tributo a Pepe-como expondré en estas líneas- no se extenderá en una longitud de elogios y anécdotas, pues corresponden a otros, sus colegas y amigos generacionales y a mis compañeros de medicina interna que estuvieron directamente bajo sus órdenes, los que tendrán que hacer alarde de ellos.

Ni mi familia, ni mi abuela Concha, la paciente de la 509-1, aquejada de un mieloma que durante un largo año (1973-1974) fue tratada y seguida por las buenas artes de un joven y brillante médico internista que aterrizaba por aquel entonces en el Hospital Santa María del Rosell, podrán olvidar tus destellos de humanidad, de capacidad de estudio y de sufrimiento a pie de cama de una mujer joven -50 años-, destinada a morir con la dignidad del dolor y el sufrimiento, pero bien acompañada y asistida por tu presencia y tus artes.

Desde bien joven querido Pepe, quise ser médico, quizá alentado por mi tío José Juan, médico militar y una sensación interna de vocación que me invadía de forma silente desde los 6-7 años de edad. Cuando ya rondaba los 12 años, mi padre al observar mis motivaciones, me fue inculcando los valores del buen médico, de la necesidad de estudio para diagnosticar una enfermedad y de la necesaria humanidad para soportar el sufrimiento y las dolencias incurables de los enfermos. Fue entonces cuando tu nombre apareció en el guión de mi vida como ejemplo del Buen Médico, a colación de la experiencia vital que sufrieron mis padres. Realmente me prendiste sin tu saberlo.

En 1998, se cumplieron mis sueños y tras la elección de la plaza de medicina interna en un hemiciclo del Ministerio de Sanidad en Madrid, lo primero que hice fue llamar desde una cabina telefónica a mi familia y a mis más allegados para espetar con alegría “voy a hacer medicina interna en el Rosell con Pepe Albaladejo”.

Por los caprichos del destino, no pude rotar ni un solo minuto contigo en mis ahora quince años de profesión. Paradojas de la misma vida, me digo yo. Eran quizás otros tiempos, donde uno no tenía capacidad de elegir, solo la de obedecer y seguir el rumbo de la vida médica junto a otro equipo de magníficas personas e internistas con las que me he formado y aprendido. Sin embargo, de forma paralela o tangencial he intentado empaparme de tu sabiduría, de tus lecciones, de tus alocuciones serenas, de tus reflexiones, de tus conferencias de la medicina donde incesantemente debemos ir a lo más básico y a lo esencial, como la vida misma.

En mi etapa del Rosell, pude saber más de ti por las buenas historias que otro «Magnífico» como el Dr. Manuel Roig, antes de jubilarse, me relataba, como el abuelo que contaba historietas a su nieto. Otros «Magníficos», como el difunto Dr. Manuel Herrero, el Dr Fernando Pignatelli, la Dra. Pilar Berlinches o nuestro anterior y querido Jefe de Servicio el Dr.Vicente Herrero, dieron testimonio vital de esa excelsa y trabajadora generación de médicos que con pocos medios hicieron mucho por la medicina en Cartagena. Y pude ser testigo y dar fe de ello.

Ha sido en estos dos últimos años cuando mi convivencia contigo ha sido más cercana, y durante los cuales, aún se han hecho para mí más clarividentes esos principios que te acompañaron siempre. Han sido en este periodo duro, la del traslado gradual del Servicio de medicina Interna del hospital Santa María del Rosell al Hospital Santa Lucía, donde has tenido que gestionar con inteligencia a un grupo de personas de distinto signo, ideario y método para conducirlo hacia un grupo cohesionado y unido con el máximo respeto a las distintas sensibilidades y las capacitaciones médicas que la misma vida nos ha ofrecido.

No ha sido fácil en tan poco tiempo, pero lo has logrado. No te han permitido completar la gestión de nuevos proyectos, pero si has dejado los cimientos y las bases para que otros recojan el testigo y sigan ese camino.

Me quedo con el asombro de tus principios inviolables que llevas consigo en tu maletín de la vida. Preciso, inteligente, honrado, estricto cumplidor del deber, infatigable luchador de los derechos de los médicos internistas más vulnerables -en términos laborales-, metódico hasta la saciedad, sereno, reflexivo, humilde, escuchador más que orador, consejero en las dudas, y sintonizador con los problemas diarios del servicio.

No es fácil despedirse a contratiempo, con el agua a contracorriente, con el silencio especulativo de los poderes fácticos, con el infortunio de toparte de la noche a la mañana con normas que se crean para producir desigualdades caprichosas entre médicos a criterio nada azaroso del legislador. Pero te honra el que nunca desearas el que se cumpliera contigo dicha excepción, para no herir o sepultar el prestigio profesional de otros compañeros cercanos a ti, recientemente jubilados de forma aún más deleznable.

Has luchado y te has sentido en muchas ocasiones en la vida como Gary Cooper en «Sólo ante el Peligro», pero en esta ocasión te hemos acompañado, no te hemos dejado sólo, y tú lo sabes. Sí podrás decir que como el general George Custer, interpretado por el célebre e inolvidable Errol Flynn en «Murieron con las botas puestas», que defendiste la plaza con el honor y el mérito al servicio de la medicina interna durante casi 40 años, y sin querer pedir a cambio medallas, insignias o condecoraciones, pues ya las tienes de todos los colores y las llevas impresas en tu alma inmácula de internista.

Con Pepe, se nos despide toda una generación de médicos que dieron lo mejor de sí, que nos enseñaron los principios inviolables de la lealtad, el honor, la honradez y el compañerismo. Debes de sentirte satisfecho de salir de tu vida profesional pública con la cabeza bien alta, con el trabajo bien hecho. Eres el último de los «7 Magníficos» o para los más jóvenes que no conocieron a tales personalidades ilustres del Rosell, sería algo así como el «último mohicano», el último de tu generación, de tu especie.

Sí Pepe, dejas un gran legado moral, científico y profesional, pero sé que lo que realmente te preocupa no son tus méritos o tus logros, sino el futuro más inmediato, el de la cohesión del grupo, el de mantenerse unidos sin crispaciones, sin deslealtades, con sentido del respeto a las distintas sensibilidades con independencia de la persona que releve tu cargo.

No te preocupes Pepe, haremos lo posible para que entre todos se cumpla tu último deseo.

Sí pedirte una cosa, que esto no sea un adiós definitivo, sino un «hasta pronto». No será nada fácil pedir que vengas a visitarnos, pero tenemos una excusa de peso, además de la obvia familiar, y es la de seguir renovando el curso obligatorio por la que todo médico residente debe pasar en su periodo formativo y que espero lleve por título« I Curso José Albabalejo Méndez, volviendo a lo Básico».

Un abrazo Pepe, y gracias por todo.

Francisco Jesús Vera Méndez
En Cartagena a 11 de noviembre de 2012