Parece ser que no tenemos arreglo
ni solución. No aprendemos. A la más mínima que levantamos cabeza y cuando parece
que hemos limpiado un poco nuestra habitación, -que si la Gürtel, caso Bárcenas,
Eres, familia Pujol,- irrumpe con fuerza otra nueva trama corrupta de altos
vuelos, la denominada “Púnica”, la cual afecta a buena parte de nuestro país
con episodios que acontecieron muy recientemente en 2014, como si el asedio de la justicia a la gran
corrupción que arrasó nuestro país en la época de la gran burbuja inmobiliaria
no fuera suficiente para que estos navegantes amigos del
suculento negocio de la corrupción se lo piensen dos veces.
Y es que parece que la corrupción
anida en nuestro ADN de “Spanish people”, especialmente en aquellos que
atesoran cierto grado de poder y que confunden lo público con el bolsillo
particular. Pero a fuerza de ser sinceros, y en lo que se refiere al saqueo del
erario público, habría que definir los diferentes perfiles de los corruptos,
pues para que el negocio se confabule y se convierta en una fina y engrasada rueda
mecánica de hacer billetes grandes, hacen falta, al menos, de tres tipos de
personajes, que juntos y en simbiosis, se articulan en una asombrosa máquina de
succión recursos públicos. En definitiva hay que cortejar y dejarse cortejar.
De un lado, en todo entramado
corrupto se hace imprescindible el “corruptor”. Éstos suelen ser empresarios
ambiciosos que organizan el formato, construyen la maquinaria y dan el impulso
definitivo. Son arriesgados, tienen el olfato de tiburón con el que huelen a distancia
una gran oportunidad para forrarse y hacerse de oro y por supuesto no tienen escrúpulos. Disponen
de medios, dinero, cuentan con amigos testaferros, asesores, y saben cómo crear
empresas pantalla para ocultar el rastro del dinero. La ambición y la avaricia
los definen.
Estos tienen una clara deficiencia,
necesitan de contactos y de la información necesaria para poder acercarse a los posibles funcionarios y políticos sobornables y corruptibles de turno a los que
ofrecer de forma sutil y enmascarada su parte del pastel en este negocio. De
ahí que entre en acción la esencial figura del “intermediario”. Éste es tan depravado y
malicioso como el corruptor, y participa de forma colateral en las bases del
negocio. Ofrece experiencia, información privilegiada y perfiles de políticos
corruptibles. Son intuitivos, listos, simpáticos y melosos. Acarician tu piel con
suavidad y te dan una buena palmadita en la espalda. Te ofrecen seguridad y
buenas intenciones. Estos personajes, que disponen de una agenda de contactos
que no tiene precio, son los interceptores de la red clientelar y asesoran a los
corruptores, organizando reuniones y ofreciendo información personal.
Finalmente, el tercer engranaje
necesario en una buena trama la cerraría el político corruptible que sufre de la
tentadora oferta del corruptor a través del sutil intermediario. Probablemente
el político corruptible no lo fuera tanto en sus inicios, pero tanto tiempo al
servicio de lo público por un sueldo que consideran “insuficiente” y la evidencia de una “insatisfacción”
y “frustración” permanentes por no haber promocionado en la empresa, o simplemente por no haber
acariciado el dinero que otros y en otra época succionaron a destajo, parecen ser motivos
alentadores para dejarse querer en el entramado.
No se cansen, parece que siempre habrá villanos-y villanas- que cada día nos saquean, engañan y se aprovechan de nosotros, a poco que se escarbe. Los corruptibles pensarán: “pobres e ignotos ciudadanos, que desconocen lo que nos jugamos todos
los días por ellos por cuatro chavos y sin el justo y debido reconocimiento”.
Por ello,
la tolerancia de los ciudadanos hacia la
corrupción debería ser cero y nuestra exigencia por una mayor transparencia y una
buena gestión de los fondos públicos debería ser extremadamente alta.
¿Tanto es pedir que sean todos nuestros políticos honestos, responsables y honrados?