No siempre estamos atentos al regalo que
nos brinda la naturaleza. A veces, y quizás más en el estío, por razón de estar
durante los días de asueto más en comunión con las noches de verano, nos
percatamos, humildemente, de que formamos parte de este mundo y que nuestra
insignificancia es compartida con los seres que habitan en nuestro pequeño y
modesto planeta, el cual, no deja de representar un minúsculo punto azul-que
diría Carl Sagan- que apenas se ve desde la óptica de Saturno.
El abrazar la arena mientras permaneces
en posición sentadilla yogui, deleitándote del reflejo de la luz reverberante de
una luna rojiza que emerge desde el horizonte, y esperando que una perseida
dibuje una traza humeante de sur a norte puede ser una experiencia que
trascienda la belleza misma de la naturaleza y que nos haga recordar nuestra
posición humilde en el universo.
En medio de esta inmensidad, uno no
encuentra respuestas para la incomprensible crueldad que inunda nuestro mundo.
Solo cabe esperar de forma esperanzada,
que podamos derribar algunos egos y que podamos con humildad sentir la llamada
del consciente que todos llevamos dentro para caminar acompañado hacia la
misión que se nos tiene encomendado.