Todos nosotros en nuestras vidas
nos hemos tropezado con la frustración de sentirnos desengañados, sobre todo
cuando habíamos depositado nuestra confianza ciega y fiel en un amigo, en un
familiar, en un compañero de trabajo o en un gobernante del que nos llamó la atención
el aura de competencia y de valores existenciales que los acompañaban.
Y qué difícil es en la práctica cotidiana
restablecer esa confianza pérdida y esa credibilidad truncada por aspectos
inéditos que no esperábamos en ellos cuando se abrió el contenedor de la basura.
Tanto usted como yo, estamos siendo
testigos del curso de nuestra crisis, la española, que no es solo debida a un
problema de deuda económica pública y privada y un montón de miles de millones
de euros malversados y dilapidados por sinvergüenzas, ineptos e incompetentes,
sino además, es atribuible a un conjunto de pérdida gradual de valores
esenciales que en el transcurso de varios años y décadas han propiciado la
corruptela bananera y de baja alcurnia, la cual, ha degenerado en una
corrupción de gran escala que ha salpicado a todos los estamentos del Estado y
de la gestión privada de grandes empresas con claros intereses espurios y en
connivencia con las autoridades de las administraciones estatales para sacar
rédito o beneficio.
¿Y qué hay de la legalidad?. Por supuesto es necesario
implorar a la legalidad y su
cumplimiento para tener unas reglas de juego que imponga el espíritu de orden,
y veracidad. El mismísimo Platón decía: "..donde la ley está sometida a los
gobernantes y privada de autoridad, veo cercana la ruina de la ciudad; donde,
por el contrario, la ley es señora de los gobernantes, y los gobernantes sus
esclavos, veo la salvación de la ciudad y la acumulación en ella de todos los
bienes que los dioses acostumbran dar a las ciudades".
Pero no basta con escudarse y
ampararse en la «legalidad» de los
delitos que prescriben o del principio de inocencia de presuntos corruptos o de
utilizar parapetos y piruetas legalistas para sortear un sinfín de evidencias de
corrupción parapetadas en una falta de transparencia insultante, propia de una
oligarquía de poder empecinada en taparse unos a otros los trapos sucios, para
asegurarse a perpetuidad, prebendas y privilegios injustificables e inmorales
para con la ciudadanía, esto es, jubilaciones millonarias blindadas, sueldos,
sobresueldos, dietas injustificadas, privilegios en las cotizaciones a la
seguridad social y un largo etc, que antes o después produce un hedor tan
insoportable que agrietan y corroen esos pilares fundamentales de nuestro
Estado.
No, no basta con ostentar un cuerpo de legalidad debido a la existencia de una práctica continua de una
política torticera que es capaz de degradar la ley y convertirla en detritos.
¿Entonces de que carecemos?, pues
muy sencillo, de Legitimidad de
nuestros líderes, nuestros jefes o responsables más directos en una empresa u
organización. Esto en política conlleva consecuencias más graves y perniciosas
para el ciudadano. Las sociedades que avanzan y prosperan se apoyan en la «legitimidad» del que tiene la
capacidad de gobernar con buen uso y generar sentimientos de identificación y
de representación ciudadana. Así, si colocamos a un inepto o a un corrupto para
gobernarnos, solo conseguiremos dos cosas, generar más corruptos para mantener
el poder y una maquinaria espesa que impide el crecimiento, la participación y
la prosperidad del colectivo ciudadano al que se suponen representa.
Verá usted que la legitimidad no solo se ampara en la legalidad. Su significado desde un
punto de vista más sociológico y subjetivo requiere de la validez contrastada
del gobernante o del líder que desde «abajo» se ha ganado la confianza para
ejercer y aplicar la ley.
La legitimidad por tanto no se hereda ni se nace con ella. Se gana, se
percibe y se sustenta en el ejemplo, la disciplina, el trabajo y las cualidades
innatas y adquiridas del ejercitante del poder. Genera la legitimidad confianza entre el gobernante o el «Jefe» y sus
ciudadanos o súbditos en base a los atributos que el legitimado tiene y que no
son discutidos, pues tiene, ostenta y goza de autoridad legal y moral.
Cuando nosotros retiramos gradualmente
la confianza a un jefe o a un líder, por mala praxis continuada, por el mal uso
o abuso del poder, por el descrédito de la corruptela pausada y perseverante, o
simplemente por su incompetencia, se produce la pérdida de la legitimidad, o lo que es lo mismo, el
pacto necesario entre gobernante y gobernados o del jefe con sus súbditos, lo
que lleva a la caída progresiva del sistema, o en el caso de una empresa, a la
apatía, insurrección, o simplemente pasividad y desmotivación.
Necesitamos pues, de hombres
ejemplares que amparados en la legalidad
luzcan su legitimidad, su
ejemplaridad y su arraigo a los valores más nobles y altruistas. Estamos a
tiempo. No perdamos la esperanza. No sucumbamos a esta caída del sistema, sino
todo lo contrario, sirva esta crisis moral de ejemplo de lo que no anhelamos
para que nuestros hijos y las futuras generaciones tengan un futuro más
prometedor.
Tengamos pues, tolerancia cero
con los ineptos, los corruptos y los deslegitimados por su conducta.
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