Es de estas tardes primaverales
en las que te apetece pasear y dejarte llevar por el buen ambiente festivo de
unas Cruces de Mayo que no parecen entender de crisis ni de depresión moral o
laboral. Es de las tardes en las que sonríes y hasta todo parece seguir un
equilibrio, un orden y con la mar serena. Una tregua quizás. Al fondo de la calle grupos
rocieros bajo el paraguas de una telona de una caseta de un bar de Cartagena
bien adornada con los elementos folclóricos típicos de Andalucía y una hermosa Cruz de Mayo envuelta en un mosaico de flores con colores dispuestos de forma
nada azarosa y con aires primaverales.
Camino con mi hermano y a los
veinte metros me topo con tres antiguos compañeros de mi época de residencia en
el Hospital del Rosell, con los que no coincidía en los últimos diez años. Dos
de ellos se casaron y se mudaron en 2000 hacia tierras cercanas de
Almería-su tierra- una vez finalizados su periplo de formación en Medicina de
Familia. El otro, malagueño de origen, seguía trabajando en Cartagena.
Nos saludamos y nos percatamos de
que teníamos más arrugas en la frente y en los ojos, y que como malditas huellas
infalibles e imborrables, hablaban por si mismas del buen trecho temporal que
había trascurrido entre nosotros.
Recordábamos, como no podía ser de
otra forma, los buenos tiempos transcurridos en el Rosell, como los viejos camaradas que se
apostan en un bareto hablando de batallas sin gloria y de puertos lejanos con
numerosos entresijos y aventuras inolvidables. Sonreíamos y rememorábamos al mismo tiempo las
miserias del hospital y su familiaridad, y dimos un repaso a los adjuntos de
medicina interna e infecciosas con los que rotamos.
Y nos volvimos a mirar, esta vez para darnos cuenta de que el tiempo había pasado rápido y que cuanto más viejo eres, este
alcanza una velocidad de vértigo. Yo entonces era médico residente de tercer
año de Medicina Interna y ellos de primer año en Medicina de Familia. Y
terminamos juntos nuestra especialidad hacía trece años, como si nada.
-¿Y vosotros que tal por allí, en
Almería?-. Les pregunté.
De repente unos segundos de
silencio.
-Mal, supongo que te habrás
enterado de la precariedad de contratos en Andalucía, y lo del 75% de jornada
laboral, es decir, pasar consulta de 9-14.00 horas, de lunes a viernes y por el
75% del sueldo de lo que gana un adjunto con plaza en propiedad.
-Ya me enteré por un compañero de
Jaén, vaya movida-, les dije.
-Estuvimos a punto de regresar a
Murcia, dado que pensábamos que nos íbamos al paro-. Respondió ella.
El malagueño miró de reojo pero
no sorprendido, pues es una noticia extendida lo de los más de seis mil médicos
en Andalucía con contratos basura. Y renovando cada pocos meses en el mejor de
los casos.
Yo por mi parte rendí cuentas de nuestra
frustrante situación en Murcia, en la que por suerte, quizás efímera, no hemos
llegado a los niveles de lamentación de Andalucía ni a la decapitación forzosa
de cuatrocientos interinos en la vecina Castilla La Mancha, pero sí a la
indigente e ilegítima inseguridad laboral de firmitas cada mes, tres y seis meses
y al cerco progresivo de esta maldita crisis que acecha sobre el personal
sanitario. Y cada vez más.
El malagueño se podía dar con un
canto en los dientes pues tenía un papel en casa que atestiguaba que era
personal estatutario en «expectativa de destino», tras la chapuza OPE de Medicina de Familia en la Región de Murcia que ha tardado casi cuatro años en
resolverse.
-Mientras tanto, sobrevivo en una
pedanía en Cartagena con la posibilidad de que la guillotina bien preparada y
bien colocada pueda dejar soltar la hoja bien afilada para hacer rodar mi
cabeza y me vaya al paro-. Contestó serenamente mi colega de Málaga.
Al poco, decidimos cambiar de
tercio, como si nos transportáramos nuevamente a finales de los noventa a través de la
maquinita del tiempo y seguíamos hablando de lo «tontarrias» que éramos antes y
de las aventuras Rosellianas en las rotaciones y en las guardias de urgencias.
Después y tras suspirar un poco, acabó nuestra breve tertulia con unas miradas cómplices de ver pasar el tiempo y un saludo de despedida con los
mejores deseos. Quizá ya no nos veamos, pensé.
En esos momentos caló en mí,
durante unos segundos al menos, la sensación de impotencia, de fatiga, de
calamidad, de mala suerte, de injusticia, de pérdida de derechos.
Y me dije a mi mismo «he aquí,
los médicos de hojalata y de los papeles mojados, y yo atrapado en esta
farfulla, como ellos, como muchos miles».
Pero seguí caminando, como si
nada. Sonreía. Era primavera. Y la música sevillana se oía por doquier en cada
esquina del casco histórico de Cartagena.
Hoy hay Cruces de Mayo y mañana Dios dirá…..
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