sábado, 3 de agosto de 2013

LA VENTANA DE MI PELUQUERO

Mi humilde homenaje a un gran profesional: Paco Conesa



Quince minutos no dan para mucho, pero lo suficiente. Es el tiempo que transcurre desde que mi peluquero me da una señal meneando la cabeza indicando que el butacón es mío, hasta que acaba mi cabeza moldeada. Es mi turno. De repente se reproduce un ritual, me enchufa el equipo de música, pulsa el botón, elige un cedé y disfruto con clásicos de los 70. Hoy toca Supertramp.

.-¿Te gusta ?

-Ya lo creo.-Le contesto. Enseguida saco una mueca facial de complacencia. Esto si es música pensé. Otras veces ni le contesto cuando me pone música Hip Hop o música Rap made in Madrid o de la madre que la parió. En ese caso me aguanto. Estoy a fin de cuentas en su choza, en su terreno.

Mientras me acomodo, barre los mechones de pelo que el cliente anterior dejó de regalo en el suelo. Y automáticamente lanza la pregunta de siempre.

- ¿Cuánto te corto?

-Pues como siempre Paco, como siempre. Un poco de aquí y un poco de allá. Todo proporcionado, sin grandes flequillos, pero quítame que la otra vez tuve que venir en tres semanas. Enseguida un silencio de décimas de segundo.

El peluquero me coge la onda enseguida y sin parpadear, empiezan las tijeras a ir raudas y veloces, zarpando por mi cabellera, y empieza mi curso de relajación intensivo. Noto como el sillón se empieza a balancear ligeramente, que si cuello para arriba, que si cuello para abajo, gira la cabeza a la derecha, gira a la izquierda.

Noto claramente como Paco empieza a trabajar como una máquina fina y calibrada, al compás de «The Logical song». Está en su salsa. A mi derecha todos los útiles de un barbero que se precie: navaja, brocha, cepillos, peines, secador, espuma, fijador, más tijeras.. Todo limpio. Enfrente un espejo resultón y amplio que te hace un poquito más delgado de lo habitual. A la derecha del espejo, un estante con todo un surtido de after-shaves y lociones. En la repisa, calendarios, sorteos de la ONCE, y una foto promocional de una colonia con la imagen de Torrente. Sí, he dicho Torrente. Y a mi izquierda un colosal ventanal de unos 2 metros de altura y varios metros de ancho que domina toda la fachada lateral del edificio.

Él es del Madrid y yo del Barca. Hablamos lo justito de Cristiano y de Messi y algo de las miserias propias de nuestros equipos pero con cuidado de no dañar la relación peluquero-cliente. La cuestión es no crear tensión gratuita, que uno viene a relajarse.

De repente asalta por la esquina de la ventana una joven de unos veintitantos con los Jeans ajustados y como si fuera una presa fácil de un ave rapaz, el peluquero la desviste con la mirada. Enseguida una madre bien cuidada de unos treinta años, con sus dos hijos de la mano, moviendo las caderas con armonía y feminidad, tallando ella un vestido elegante y de colores vivos. El peluquero empieza a hacer muecas y gestos y emite un ¡joee! y ¡vaya tela!. Y yo no podía hacer nada salvo acompañarle en el sentimiento, pero con decoro, pues la cuchilla estaba al nivel de la patilla, y no era cuestión de desconcentrarlo.

A los pocos minutos, y a la derecha, observamos el dueño de la navaja y yo como los agentes municipales se disponen a poner una multa al coche de una vecina por no dejar suficiente espacio en la entrada de un garaje, y se arma la del cristo cuando la dueña del coche ve el papelito rosa en el parabrisas y rápidamente empieza a jalear como una fiera ante los policías.

Paco asiente y emite su juicio infalible con la mirada.

-Te lo merecías pava, que eres muy chula, siempre haces lo mismo.

El vigilante de la zona azul, entra por la puerta de peluquería, y con ganas de venganza hacia la multada.

-¿Paco has visto a la tipa esta la que monta por la multa?. Se notaba que entre Paco y el hombre del parquímetro había relación de antaño o simplemente de connivencia callejera. Al fin y al cabo hay que llevarse bien entre currantes, y evitar en lo posible daños colaterales innecesarios. Mi peluquero asiente y emite un claro veredicto de culpabilidad hacia la víctima municipal.

-Ya le tocaba.-Exclamó Paco.

Todo empieza a llegar a su fin. Paco acaba la faena conmigo, me pone el espejito pequeño en la nuca para que vea los buenos resultados. Yo asiento con un sí de conformidad, como el que cata un vino tinto en un restaurante, me pasa el cepillo por el cogote y la frente y siento un deseado cosquilleo relajante. De un plumazo me retira el delantal  y vualá….

Me levanto extasiado. Preparo el billete rojo de 10 euros y me devuelve dos. Todo en orden.
.
-Hasta luego Paco. Nos vemos en un mes.

Me contesta con un adiós profesionalizado y en seguida Paco hace otro movimiento con la cabeza. Le tocaba el turno a otro cliente.

Salgo por la puerta y por unos momentos me siento como un hombre nuevo.


Con cariño de Francisco Vera




No hay comentarios:

Publicar un comentario