Mi humilde homenaje a un gran profesional: Paco Conesa
Quince minutos no dan para mucho,
pero lo suficiente. Es el tiempo que transcurre desde que mi peluquero me da
una señal meneando la cabeza indicando que el butacón es mío, hasta que acaba
mi cabeza moldeada. Es mi turno. De repente se reproduce un ritual, me enchufa
el equipo de música, pulsa el botón, elige un cedé y disfruto con clásicos de
los 70. Hoy toca Supertramp.
.-¿Te gusta ?
-Ya lo creo.-Le contesto.
Enseguida saco una mueca facial de complacencia. Esto si es música pensé. Otras
veces ni le contesto cuando me pone música Hip Hop o música Rap made in Madrid
o de la madre que la parió. En ese caso me aguanto. Estoy a fin de cuentas en su
choza, en su terreno.
Mientras me acomodo, barre los
mechones de pelo que el cliente anterior dejó de regalo en el suelo. Y
automáticamente lanza la pregunta de siempre.
- ¿Cuánto te corto?
-Pues como siempre Paco, como
siempre. Un poco de aquí y un poco de allá. Todo proporcionado, sin grandes
flequillos, pero quítame que la otra vez tuve que venir en tres semanas.
Enseguida un silencio de décimas de segundo.
El peluquero me coge la onda
enseguida y sin parpadear, empiezan las tijeras a ir raudas y veloces, zarpando
por mi cabellera, y empieza mi curso de relajación intensivo. Noto como el
sillón se empieza a balancear ligeramente, que si cuello para arriba, que si cuello
para abajo, gira la cabeza a la derecha, gira a la izquierda.
Noto claramente como Paco empieza a trabajar
como una máquina fina y calibrada, al compás de «The Logical song». Está en su
salsa. A mi derecha todos los útiles de un barbero que se precie: navaja,
brocha, cepillos, peines, secador, espuma, fijador, más tijeras.. Todo limpio. Enfrente
un espejo resultón y amplio que te hace un poquito más delgado de lo habitual. A la derecha del espejo, un estante con todo un surtido de after-shaves y lociones. En la repisa, calendarios, sorteos de la ONCE, y una foto promocional de una
colonia con la imagen de Torrente. Sí, he dicho Torrente. Y a mi izquierda un
colosal ventanal de unos 2 metros de altura y varios metros de ancho que domina
toda la fachada lateral del edificio.
Él es del Madrid y yo del Barca. Hablamos
lo justito de Cristiano y de Messi y algo de las miserias propias de nuestros
equipos pero con cuidado de no dañar la relación peluquero-cliente. La cuestión
es no crear tensión gratuita, que uno viene a relajarse.
De repente asalta por la esquina
de la ventana una joven de unos veintitantos con los Jeans ajustados y como si
fuera una presa fácil de un ave rapaz, el peluquero la desviste con la mirada.
Enseguida una madre bien cuidada de unos treinta años, con sus dos hijos de la
mano, moviendo las caderas con armonía y feminidad, tallando ella un vestido
elegante y de colores vivos. El peluquero empieza a hacer muecas y gestos y
emite un ¡joee! y ¡vaya tela!. Y yo no podía hacer nada salvo acompañarle en
el sentimiento, pero con decoro, pues la cuchilla estaba al nivel de la patilla,
y no era cuestión de desconcentrarlo.
A los pocos minutos, y a la
derecha, observamos el dueño de la navaja y yo como los agentes municipales se
disponen a poner una multa al coche de una vecina por no dejar suficiente
espacio en la entrada de un garaje, y se arma la del cristo cuando la dueña del
coche ve el papelito rosa en el parabrisas y rápidamente empieza a jalear como
una fiera ante los policías.
Paco asiente y emite su juicio infalible con la mirada.
-Te lo merecías pava, que eres
muy chula, siempre haces lo mismo.
El vigilante de la zona azul, entra
por la puerta de peluquería, y con ganas de venganza hacia la multada.
-¿Paco has visto a la tipa esta
la que monta por la multa?. Se notaba que entre Paco y el hombre del parquímetro
había relación de antaño o simplemente de connivencia callejera. Al fin y al cabo
hay que llevarse bien entre currantes, y evitar en lo posible daños colaterales
innecesarios. Mi peluquero asiente y emite un claro veredicto de culpabilidad hacia
la víctima municipal.
-Ya le tocaba.-Exclamó Paco.
Todo empieza a llegar a su fin. Paco
acaba la faena conmigo, me pone el espejito pequeño en la nuca para que vea los
buenos resultados. Yo asiento con un sí de conformidad, como el que cata un
vino tinto en un restaurante, me pasa el cepillo por el cogote y la frente y
siento un deseado cosquilleo relajante. De un plumazo me retira el delantal y vualá….
Me levanto extasiado. Preparo el
billete rojo de 10 euros y me devuelve dos. Todo en orden.
.
-Hasta luego Paco. Nos vemos en
un mes.
Me contesta con un adiós
profesionalizado y en seguida Paco hace otro movimiento con la cabeza. Le tocaba
el turno a otro cliente.
Salgo por la puerta y por unos
momentos me siento como un hombre nuevo.
Con cariño de Francisco Vera
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