Sigo impresionándome por el nivel tan alto
de desvergüenza y la escasa catadura moral de muchos de los políticos que rigen
la vida social, política y económica de nuestro querido —y malparado— país.
Esto no va de izquierdas ni de derechas: va de ética, de moralidad, de
principios, de educación, de decencia.
Lo que hoy presenciamos es un esperpento, un teatro nacional en el que el poder
se persigue por el poder mismo. Vemos manipulación de las principales
instituciones, degradación del debate público, enchufismo descarado, falta de
transparencia y ventajismo por parte de unos pocos, que acceden a cargos sin
méritos personales ni profesionales.
Y cuando todo esto lo confrontamos con la realidad de miles de familias que
luchan día a día —trabajan, estudian, pagan carreras, se esfuerzan por ser
mejores—, la herida se hace más profunda. ¿Cómo podemos seguir normalizando
estos escándalos que nos asaltan cada día?
Escuchar la radio o leer los periódicos ha dejado de ser un placer. Siempre lo
mismo: cloacas, mafias, abusos de poder, prostitución institucional,
manipulación mediática, pérdida progresiva de nuestra democracia y de los
contrapesos que deberían protegerla.
Y yo me pregunto: ¿dónde están los mejores, cuando los peores nos gobiernan?
¿Dónde están los referentes cuando desde arriba no hay ejemplo, cuando la
inmoralidad se exhibe sin pudor y se convierte en norma?
¿Qué futuro les estamos dejando a nuestros hijos, a las nuevas generaciones que
están heredando una cultura del enchufismo, la vagancia, el desprecio al
mérito?
¿Qué es lo que hace fuerte a una sociedad, si no es la educación y el esfuerzo?
¿Acaso no es cierto que cada vez hay más incultura, un peor nivel
socioeconómico y una mayor tolerancia a la inmoralidad?
Personalmente, me siento cada vez más escéptico. Pero no podemos tirar la
toalla.
Debemos dar la cara, alzar la voz, exigir honradez, dignidad profesional,
dignidad moral y una serie de principios irrenunciables en la vida política
española.
Esto no va de ideologías: va de principios. Y es eso, precisamente, lo que más
nos falta hoy como sociedad.
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