Cuando
una persona que has querido se va, dejándolo todo preparado, todo sellado y
todo pactado con el Padre, sientes un gran vacío y al mismo
tiempo una huella imborrable. Sabedor que D. Francisco Montesinos era esa persona
querida, amada y respetada por todos, y de que ha sido escogido por “El que nos
sostiene” para dejar un testimonio en este mundo, lleno de desigualdades y
miserias, nos debería servir para consolar nuestras almas.
Pero
ese consuelo no es suficiente, porque se ha ido un gran pilar de la Iglesia,
una persona con vocación misionera que ha sabido llamar a muchas puertas para
paliar la necesidad, la pobreza, el desánimo y el dolor en muchas familias. D.
Francisco tenía una fortaleza natural y una fuerza de empuje inagotable. Nunca
se quejaba de los dolores físicos que padecía, nunca existía la palabra “no” en
su vocabulario y sobre todo tenía un corazón limpio y lleno de amor. Él amaba a
los suyos de forma incondicional. Era una persona fiel y muy amigo de sus
amigos.
Todo
parece haberse escrito sobre sus grandes proyectos caritativos (Iglesia de San
Diego, comedor social de Cáritas, Hogar de Betania, banco de alimentos el Pan y
los Peces, etc..) y evangelizadores a lo largo de todo una vida, lo que sin
duda ha permitido sostener y ayudar a muchísimas familias que traspasaron el
umbral de la pobreza. Pero quisiera humildemente aportar que D. Francisco tenía
un corazón muy grande para amar y estaba profundamente enamorado de Jesús y de su
madre María.
D.
Francisco quería siempre que renováramos nuestra fe, que nos convirtiéramos
cada periodo cuaresmal, que sintiéramos a Jesús como amigo cercano, desde la
humildad y la sencillez, y que viviéramos la travesía del desierto para
proyectar a otras personas esa alegría de sentirnos cristianos y amigos incondicionales
de Jesús.
Nunca
olvidaré sus retiros espirituales, sus charlas en los cursillos prematrimoniales,
sus homilías, ni el día que “casualmente” fijamos en la agenda de la iglesia la
celebración de mi boda en la Basílica de la Caridad, en Cartagena, un 13 de mayo,
día de la Virgen de Fátima. Pero sobre todo, recordaré siempre su amor
incondicional y su amistad inquebrantable. Nunca pidió nada para él: todo para los más "sencillos y humildes" con los que compartía mesa y mantel cada Nochebuena en el comedor social de Cáritas.
D.
Francisco nunca estuvo solo, pues tenía y disfrutaba de dos grandes familias, una en su querida Lorca natal y otra en
Cartagena en la que dejó muchos amigos del alma incondicionales, que hacía allá por donde
pasaba.
Personalmente, me he sentido honrado, como muchos otros y con más méritos que yo, de
haber recibido su cariño, su amor, de haber podido crecer espiritualmente en su
querida “Escuela de Padres”, y de haber querido oficiar y preparar con ilusión y cercanía la boda con mi maravillosa mujer en su querida basílica de la Caridad, así como bautizar a mis tres
hijos; aunque el auténtico y mayor regalo que me donó, fue el permitirme que siguiera de cerca sus cuidados
médicos en la última y frágil fase de su vida...
Su
última lección fue el despedirse de todos nosotros con ternura, con alegría y con
extrema lucidez el mismo día que marchó al encuentro de la casa del Padre, cogidos de la
mano. Lo llamó pronto su amigo Jesús, en medio de una oración angelical y un cántico
celestial. Todo fue natural y rápido como ocurre con los “elegidos” y “los
llamados “por el Padre.
Solo puedo desearte querido amigo que disfrutes de la vida y el paraíso eterno que te tiene reservado nuestro Padre, al lado de tu
amigo Jesús y tu Virgen Blanca.
Hasta
siempre querido amigo Francisco. Nunca te olvidaremos. Gracias por todo.
Francisco
Vera
17 de marzo de 2025