miércoles, 16 de julio de 2014

HIJOS DE UN DIOS MAYOR





Se han erigido en una especie superior, de molde prediseñado en la probeta y de una resistencia genética a prueba de cualquier tipo de colisión de partículas cuánticas y subatómicas. La expresión de estos seres suele ser la misma, bien la de una esfinge que apenas emite una mueca, o la de una sonrisa tan grande, que cuando menos, llama la atención en medio de un gran tornado de grandes dimensiones que está a punto de engullirlos.

Están hechos de otra pasta y miccionan en otro tipo de orinal. Su estómago, según se dice, es de grandes dimensiones, pues en él cabe perfectamente una cesta de víboras o alberga el tamaño de una serpiente pitón, según el caso. Son inmunes a cualquier tipo de veneno, y soportan muy bien el óxido y la corrosión del tiempo. De repentes los ves aquí, en una foto grande, y pasan diez años y los ves allá, en otra foto más grande, con la misma sonrisa, o la misma cara inexpresiva. Uno se pregunta: ¿Cómo lo hacen?

Parecen un ejército de clones, se expresan, gesticulan, visten y hasta sueñan con las mismas cosas. Dicen que tienen finas y ocultas ventosas en sus extremidades superiores e inferiores, y por ello cuando se agarran a algo no se sueltan con facilidad, aún a riesgo de que se despellejen vivos.

Esta especie de superhombres y supermujeres, no se atribulan por nada ni por nadie. Muchos de ellos repiten cartel, y desconocen el significado de algunas palabras, como el honor, la honestidad, la honra, la generosidad y el buen servicio y ejemplo hacia la sociedad. En cambio están habituados muchos de estos seres a convivir con la palabra imputación, prevaricación, cohecho, falsedad documental, blanqueo de capitales etc…

Efectivamente hablamos de una supercasta de políticos, una minoría de esta gran familia, sí, pero poderosa, omnipresente y altamente peligrosa pues fácilmente contagia a la pléyade de subalternos y palmeros que le sucederán en futuras generaciones.

 Esta casta de políticos desconoce la existencia del concepto de temporalidad del cargo y del buen uso de su experiencia previa al servicio de la sociedad, a la que representan. Salvo honrosas y extraordinarias ocasiones, no saben lo que es dimitir de un cargo, aunque sea por higiene personal y democrática.

De sus bocas suelen repetir las mismas sandeces cuando sus nombres aparecen en un auto judicial: «soy inocente y estoy deseando colaborar con la justicia», para luego divagar, omitir, no documentar o no declarar, anteponiendo intereses personales. Por no hablar del tópico «pongo mi cargo a disposición del partido», como una manera de quedar bien para con uno mismo y evitar cualquier tipo de responsabilidad personal y dejar el marrón al jefe de filas, evitando así la dimisión.

Esta casta tiene las cualidades que las esporas microbianas han logrado durante millones de años: resistencia. Saben lo que es atrincherarse en el cargo, aunque la mierda les sacuda de arriba a abajo y el hedor contamine de forma transversal al político o gestor que con honor trabaja por el bien común. Tienen la desfachatez de querer volver a formar cartel para presentarse por enésima vez a unas nuevas elecciones o postularse a un nuevo cargo, como si la misa y el clamor social no fuera con ellos.

Y muchos de ellos piden sólo cuando la soga les aprieta el cuello, que los amigos de la misma bancada –da igual unos que otros- les otorguen como premio el ser aforado, algo así como una especie de blindaje, que como poco te permita ganar tiempo y evitar el pasillo del acusado común en un tribunal ordinario. Sí, que me juzgue el Supremo, a ver qué tal me va. Y si por desgracia les fuera mal y tuvieran que pisar el talego, cosa improbable, siempre pueden tener esa posible ayudita de su Dios Mayor y que se llama indulto.

Dicen de esta casta que trabajan constantemente para el pueblo y por el pueblo, pero largo tiempo pasó antes de que dejaran de ser del pueblo. Con el tiempo han adquirido inmunidad natural a la corrupción y al miedo a ser imputados. Forma parte del oficio, de su naturaleza, de la propia casta.

Por el contrario, usted y yo sabemos que ambos moriríamos a primeras de cambio, y solo con pensarlo, de vivir en un escenario similar sometido a escarnio público, o simplemente tener que hacer una visita no turística al juzgado.

No lo duden ustedes, esta casta son auténticos hijos de un «Dios Mayor».

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