Se han erigido en una especie
superior, de molde prediseñado en la probeta y de una resistencia genética a
prueba de cualquier tipo de colisión de partículas cuánticas y subatómicas. La
expresión de estos seres suele ser la misma, bien la de una esfinge que apenas
emite una mueca, o la de una sonrisa tan grande, que cuando menos, llama la
atención en medio de un gran tornado de grandes dimensiones que está a punto de
engullirlos.
Están hechos de otra pasta y miccionan
en otro tipo de orinal. Su estómago, según se dice, es de grandes dimensiones,
pues en él cabe perfectamente una cesta de víboras o alberga el tamaño de una serpiente
pitón, según el caso. Son inmunes a cualquier tipo de veneno, y soportan muy
bien el óxido y la corrosión del tiempo. De repentes los ves aquí, en una foto
grande, y pasan diez años y los ves allá, en otra foto más grande, con la misma
sonrisa, o la misma cara inexpresiva. Uno se pregunta: ¿Cómo lo hacen?
Parecen un ejército de clones, se
expresan, gesticulan, visten y hasta sueñan con las mismas cosas. Dicen que
tienen finas y ocultas ventosas en sus extremidades superiores e inferiores, y
por ello cuando se agarran a algo no se sueltan con facilidad, aún a riesgo de
que se despellejen vivos.
Esta especie de superhombres y
supermujeres, no se atribulan por nada ni por nadie. Muchos de ellos repiten
cartel, y desconocen el significado de algunas palabras, como el honor, la
honestidad, la honra, la generosidad y el buen servicio y ejemplo hacia la
sociedad. En cambio están habituados muchos de estos seres a convivir con la
palabra imputación, prevaricación, cohecho, falsedad documental, blanqueo de
capitales etc…
Efectivamente hablamos de una
supercasta de políticos, una minoría de esta gran familia, sí, pero poderosa,
omnipresente y altamente peligrosa pues fácilmente contagia a la pléyade de
subalternos y palmeros que le sucederán en futuras generaciones.
Esta casta de políticos desconoce la
existencia del concepto de temporalidad del cargo y del buen uso de su
experiencia previa al servicio de la sociedad, a la que representan. Salvo honrosas
y extraordinarias ocasiones, no saben lo que es dimitir de un cargo, aunque sea
por higiene personal y democrática.
De sus bocas suelen repetir las
mismas sandeces cuando sus nombres aparecen en un auto judicial: «soy inocente
y estoy deseando colaborar con la justicia», para luego divagar, omitir, no
documentar o no declarar, anteponiendo intereses personales. Por no hablar del
tópico «pongo mi cargo a disposición del partido», como una manera de quedar
bien para con uno mismo y evitar cualquier tipo de responsabilidad personal y
dejar el marrón al jefe de filas, evitando así la dimisión.
Esta casta tiene las cualidades
que las esporas microbianas han logrado durante millones de años: resistencia.
Saben lo que es atrincherarse en el cargo, aunque la mierda les sacuda de
arriba a abajo y el hedor contamine de forma transversal al político o gestor que
con honor trabaja por el bien común. Tienen la desfachatez de querer volver a
formar cartel para presentarse por enésima vez a unas nuevas elecciones o
postularse a un nuevo cargo, como si la misa y el clamor social no fuera con
ellos.
Y muchos de ellos piden sólo
cuando la soga les aprieta el cuello, que los amigos de la misma bancada –da
igual unos que otros- les otorguen como premio el ser aforado, algo así como una
especie de blindaje, que como poco te permita ganar tiempo y evitar el pasillo
del acusado común en un tribunal ordinario. Sí, que me juzgue el Supremo, a ver
qué tal me va. Y si por desgracia les fuera mal y tuvieran que pisar el talego,
cosa improbable, siempre pueden tener esa posible ayudita de su Dios Mayor y
que se llama indulto.
Dicen de esta casta que trabajan
constantemente para el pueblo y por el pueblo, pero largo tiempo pasó antes de
que dejaran de ser del pueblo. Con el tiempo han adquirido inmunidad natural a
la corrupción y al miedo a ser imputados. Forma parte del oficio, de su
naturaleza, de la propia casta.
Por el contrario, usted y yo sabemos que ambos
moriríamos a primeras de cambio, y solo con pensarlo, de vivir en un escenario
similar sometido a escarnio público, o simplemente tener que hacer una visita no turística al juzgado.
No lo duden ustedes, esta casta son auténticos hijos de un «Dios Mayor».
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