Obra "El grito" de Edvard Munch. 1893
El horror se puede vestir de
cualquier color, incluso de verde. Nuestra piel se ha hecho de la textura de la misma
piedra cuando uno enchufa el televisor y vemos cualquier conflicto bélico. Pero
creo que aún no estamos preparados para ver una ejecución en directo. Todavía
no. El escenario, Gaza, y el protagonista un joven –no más de 18 años-
espigado, moreno con una llamativa camiseta verde bien remangada a la cintura
de unos tejanos. El chaval no tuvo otra cosa que hacer que trotar entre una
montaña de escombros en medio de una calle bombardeada, aprovechando un alto el
fuego para intentar localizar a familiares enterrados en un mar de piedras, maderas
y láminas de hierro. Detrás de él y a unos diez metros, otros voluntarios
palestinos y trabajadores municipales provistos de camillas para retirar los
cadáveres.
El joven de verde seguía
caminando como avanzadilla de grupo entre calles y edificios derribados y emitiendo gritos de desesperación por la
probable tragedia de no encontrar a sus seres queridos. De repente, tres
disparos secos de un francotirador y al menos uno hacía blanco en el joven
palestino y lo dejaba en un santiamén en el suelo, con gesto de dolor,
bocarriba y con fuerzas aún para levantar las manos derecha e izquierda y pedir
ayuda para que lo auxiliaran entonando un «Dios mío, Dios mío, ayudadme». Los que grababan con el celular y le seguían no podían atenderlo, estaban en territorio comanche, y al
descubierto, y sería un suicidio acudir hacia él. Un servidor y televidente de
la macabra escena, no podía creer en este horror del propio directo. Pasaron varios
e interminables segundos hasta que sobrevino un silencio sepulcral tras escucharse un cuarto disparo certero que hizo que el joven malherido emitiera un débil y
extenuante grito y expirara.
Sí, un silencio del horror, que
desgarra cualquier conciencia y cualquier atisbo de humanidad. Una muerte más en
balde, la de un joven que buscaba a sus familiares y se quedó sin esperanza y
sin proyecto de vida. Un blanco más de esta estúpida y vil guerra que cederá a
un provisional alto el fuego hasta la próxima escaramuza del crónico conflicto
de Oriente Medio.
Sí, «un grito del silencio» de
aquellos muertos que callarán para siempre.
Dios mío y Dios mío.
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