sábado, 31 de mayo de 2025

UNA ESPAÑA AL BORDE DE LA QUIEBRA INSTITUCIONAL





Uno de los motivos de preocupación que considero de mayor relevancia en el momento actual de la sociedad española es la degradación progresiva de nuestras instituciones. Se está produciendo un quebranto deliberado de las normas y reglas del Estado de Derecho, impulsado por un intento no solo de alcanzar el poder, sino de mantenerlo a toda costa.


España vive uno de los grandes desafíos de su historia más reciente, y sin duda el más importante desde la instauración de la democracia. Hemos llegado a ver cosas que ni el más iluso ni el más arriesgado prestidigitador habría imaginado. Una España rota en dos mitades, una corrupción política sistémica que alcanza niveles nunca vistos, intereses particulares instalados en el corazón del poder, colonización de interés espurio de las principales instituciones (Banco España, Tribunal Constitucional, RTVE, Fiscalía General y un largo etc.) y un daño enorme al poder judicial, que en muchos casos ya no puede ejercer un adecuado contrapeso frente a un gobierno desbocado, sin límites y sin responsabilidad, que está derogando el Estado de Derecho lentamente.


Como a cualquier ciudadano, me causa estupor preguntarme: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?, ¿qué ha ocurrido?, ¿cómo se ha producido esta deriva? La respuesta, para mí, es clara: Pedro Sánchez.

Cuando una persona con rasgos psicopáticos —frialdad, cálculo, asertividad extrema enfocada en la consecución del poder, ambición sin límites y una reiterada ausencia de escrúpulos o empatía— alcanza un poder absoluto, las consecuencias son devastadoras para un Estado democrático. Eso es lo que estamos viviendo.

En este contexto, la ética política ha desaparecido. La moral ha sido reemplazada por un régimen de absolutismo, con instituciones degradadas, dirigidas por marionetas, y un aparato de propaganda narrativa plegado por completo al servicio del presidente. Tras años de abusos, mentiras y el intento constante de vaciar de contenido el Estado de Derecho, hemos llegado a un estado de descomposición nacional que ya no necesita explicación: habla por sí mismo.

No se trata de decir que los de izquierda son malos o que los de derecha son buenos, o viceversa. Se trata de reclamar y reconstruir un país en el que aún haya espacio para la política ética, para la democracia con contenido real. Afortunadamente, aún quedan —aunque pocos— voces disidentes con sentido de Estado que claman por una salida a este laberinto enmarañado.

España se juega mucho. Y los ciudadanos debemos despertar de esta mal llamada democracia, donde ya casi no quedan resortes para frenar el cesarismo de Pedro Sánchez. Es extremadamente peligroso dejar el poder en manos de alguien con estos rasgos de personalidad, que maltrata y degrada a un ciudadano cada vez más empobrecido y desarmado ante una democracia vaciada, cada vez más cercana a la autocracia.

Desde el punto de vista del análisis de personalidad, resulta indudable que este personaje, tarde o temprano, provocará ríos de tinta entre psiquiatras, psicólogos, novelistas y filósofos. Pero el precio que estaremos pagando será una venta por parcelas de un país roto, hecho añicos, del que será muy difícil salir ilesos.

Saldremos de esta, como siempre, pero el precio de la reconstrucción será muy alto.









miércoles, 28 de mayo de 2025

LA VERGÜENZA NO TIENE LÍMITES

 



Sigo impresionándome por el nivel tan alto de desvergüenza y la escasa catadura moral de muchos de los políticos que rigen la vida social, política y económica de nuestro querido —y malparado— país.

Esto no va de izquierdas ni de derechas: va de ética, de moralidad, de principios, de educación, de decencia.

Lo que hoy presenciamos es un esperpento, un teatro nacional en el que el poder se persigue por el poder mismo. Vemos manipulación de las principales instituciones, degradación del debate público, enchufismo descarado, falta de transparencia y ventajismo por parte de unos pocos, que acceden a cargos sin méritos personales ni profesionales.

Y cuando todo esto lo confrontamos con la realidad de miles de familias que luchan día a día —trabajan, estudian, pagan carreras, se esfuerzan por ser mejores—, la herida se hace más profunda. ¿Cómo podemos seguir normalizando estos escándalos que nos asaltan cada día?

Escuchar la radio o leer los periódicos ha dejado de ser un placer. Siempre lo mismo: cloacas, mafias, abusos de poder, prostitución institucional, manipulación mediática, pérdida progresiva de nuestra democracia y de los contrapesos que deberían protegerla.

Y yo me pregunto: ¿dónde están los mejores, cuando los peores nos gobiernan? ¿Dónde están los referentes cuando desde arriba no hay ejemplo, cuando la inmoralidad se exhibe sin pudor y se convierte en norma?

¿Qué futuro les estamos dejando a nuestros hijos, a las nuevas generaciones que están heredando una cultura del enchufismo, la vagancia, el desprecio al mérito?

¿Qué es lo que hace fuerte a una sociedad, si no es la educación y el esfuerzo?

¿Acaso no es cierto que cada vez hay más incultura, un peor nivel socioeconómico y una mayor tolerancia a la inmoralidad?

Personalmente, me siento cada vez más escéptico. Pero no podemos tirar la toalla.

Debemos dar la cara, alzar la voz, exigir honradez, dignidad profesional, dignidad moral y una serie de principios irrenunciables en la vida política española.

Esto no va de ideologías: va de principios. Y es eso, precisamente, lo que más nos falta hoy como sociedad.